jueves, 20 de noviembre de 2014

Sobreviviendo en la cultura cultural.


El viaje a terreno es una experiencia esperada luego de meses de trabajo previo. Generalmente, es el momento donde esperamos que la realidad rinda frutos a las páginas que ya escribimos sobre ella sin conocerla. La ansiedad previa puede jugarnos malas pasadas y malos ratos a la hora de disponerse a observar y participar con las personas. Esperamos que hagan cosas, que digan palabras y que manejen los conceptos teóricos que hemos escuchado por años en las salas de clases.

La cultura es como el agua para el pez (parafraseando a Anne Chapman). Sin embargo, la imagen del nativo estereotipado, el sujeto en carne y hueso que condensa todo el contenido cultural, no es evidente, no es obvio, no está ahí a simple vista o simplemente es erróneo. Cuando nos ahogamos en las imágenes que nosotros mismos creamos, nos damos cuenta que nuestras nubes lejanas de ideas, nos hacen estar más lejos de pisar el fondo que queremos encontrar.

¿Cómo volver aire el mar confuso en que nos encontramos? ¿Qué pasa con la gente que vive su normalidad y que nosotros buscamos extrañarla? Las personas viven su día a día y somos nosotros los que llegan desde afuera a insertarnos en sus formas de vida. Tratar de realizar el proceso contrario, es decir, que la gente hable nuestro idioma y viva su realidad como nosotros la queremos comprender, es tratar que los peces naden en el aire. Ellos no tienen porqué hacer eso por nosotros. En el mejor de los casos, o nos abrirán las puertas o evitarán a toda costa cruzarse con “los universitarios” en la calle central. * A modo de defensa personal, debemos decir que logramos manejar bien este asunto (pensamos) *.

El mejor consejo que podemos dar para sobrevivir a la experiencia de la diferencia, es acercarse un poco más al agua, que perdernos en las nubes y volar. Es decir, dar cuenta que todo el estudio previo que nos inserta en conceptos, tesis, argumentos y teorías no se corresponden en totalidad, es sólo una aproximación a la realidad. No es ésta en carne y hueso. Y a la hora de sumergirnos, tampoco perdernos en las profundidades. O sea, no perder de vista nuestra presencia como extraños, como investigadores y finalmente como extranjeros en la nación del otro.

Grupo Jean Lebrun, Natalia Bohle.

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